Casting
Sobre el programa...
La pasión de Temirkanov por Chaikovski es evidente a lo largo de esta interpretación. Las gotas de la cascada alpina que vemos dispersar a Temirkanov con la precisión absoluta de sus manos expresivas, sin batuta, rodean otra visión encantadora: el hada alpina, esta vez con matices dinámicos más allá de las expectativas de la partitura. Con sus ecos de la desesperación del individuo, en un paisaje rústico evocado más levemente por Berlioz en su Sinfonía Fantástica, este tercer movimiento pastoral algo abreviado es de una inestabilidad ideal, concluida por otra coda magníficamente detallada.
Los tres bises son como pequeñas lecciones sobre el arte de Temirkanov. El paso a dos de El cascanueces, con sus acordes de cobre prolongados, vuelve a introducir en las frases de violonchelo descendente una libertad que no se puede aprender, y solo se siente, una de las mejores direcciones creativas.
Temirkanov sabe que basta con dar el impulso y los gestos más amplios para obtener el resultado adecuado, y la marcha fúnebre que forma la culminación, con los cobres típicamente rusos, es más expansiva y cautivadora que todo lo que se ha escuchado en otros lugares.